jueves, 8 de marzo de 2007

BORRADOR CINCO: SOBRE LITERATURA Y POSTMODERNIDAD

La metáfora de un astronauta flotando en el espacio es productiva a la hora de pensar ese conjunto de inestabilidades históricas que se conoce como el siglo XX. Siglo corto (1914-1991) en opinión de Hosbawn, telón de fondo de una serie de crisis de las que el legado occidental de la cultura letrada no salió indemne: crisis del humanismo para Sloterdijk, crisis de los relatos de legitimación en la descripción lyotardiana de la postmodernidad, crisis de la institución literaria que ha comenzado a redefinir su canon fuera de la concepción del desarrollo evolutivo moderno o, para decirlo con Anderson, desde una nueva figura de artista caracterizada por “el cierre de los horizontes: sin un pasado apropiable, o un futuro imaginable, en un presente interminablemente repetido”.
Si el humanismo, iniciado en la civilización greco romana y definido por Sloterdijk como “telecomunicación fundadora de amistades que se realiza en el medio del lenguaje escrito”, ha perdido su eficacia fundacional (basta pensar en las Constituciones Nacionales para advertir la eficacia que tuvo el humanismo) se debe al cambio perceptivo introducido en las sociedades contemporáneas por la cultura de masas que se consolidó alrededor de las nuevas tecnologías mediáticas (radio, televisión, informática), epifenómeno que ha acompañado también la mutación del sistema económico capitalista, sistema globalizado que en la era postindustrial ha transformado la información (las cartas inmediatas o “no humanistas”, las que no están destinadas a perdurar a través de los siglos) en la mercancía por excelencia. Este proceso de “deslegitimación” de las cartas humanistas (equiparadas a los relatos fundantes en la concepción de Lyotard) se fue consolidando, antes de volverse evidente, en la edad de oro del siglo XX corto, el segundo segmento temporal recortado por Hosbawn en su periodización. En efecto, entre 1947 y 1973 se dio un acelerado proceso de modernización, tanto en el mundo capitalista como en el socialista, donde las dos estrategias políticas y económicas apuntaban a lo mismo: en palabras del historiador, “enterrar el mundo de nuestros antepasados”. Finalmente, en la última etapa del siglo XX corto, la crisis profetizada desde la aparente solidez moderna se volvió evidente: "Era la crisis de las creencias y principios en los que se había basado la sociedad desde que, a comienzos del siglo XVIII, las mentes modernas vencieran la celebre batalla que libraron con los antiguos, una crisis de los principios racionalistas y humanistas que compartían el capitalismo liberal y el comunismo y que habían hecho su breve pero decisiva alianza contra el fascismo que los rechazaba” (Hosbawn).
La misma crisis es señalada por Anderson cuando habla de la muerte del modernismo: “Lo que denotaba era el fin generalizado de la tensión entre las instituciones y mecanismos del capitalismo avanzado, por una parte, y las prácticas y programas del arte avanzado por otra, en la medida en que los primeros se habían anexionado a los segundos como decoración o diversión ocasionales, o como point d’honneur filantrópico”. La crisis de la institución literaria moderna, [entendido como el fruto, en la periodización de Anderson, del cruce entre “un pasado clásico todavía usable, un presente técnico todavía indeterminado y un futuro político todavía imprevisible” —intersección entre un orden dominante semiaristocrático, una economía capitalista semi-industrializada y un movimiento obrero semiemergente] no significa la desaparición de la literatura del mapa cultural sino más bien, y sobre todo, la transformación del juego literario en “una sub-cultura sui generis” (Sloterdijk), cartas y libros que ya no alcanzan a la “humanidad” en su conjunto porque, corno se dice en Normas para el parque humano, “los días de su sobrevaloración (...) se han terminado”.
Esta transformación de la literatura en uno más de los tantos juegos de lenguaje que pueblan el universo discursivo de la postmodernidad, esta crisis de la institución literaria, evidencia, para decirlo con Lyotard, la “atomización” de la nueva cultura masmediática —cultura necesariamente “deshumanizada”, alejada, desde la óptica de Sloterdijk, del modelo de domesticación literario que reproducía el humanismo. Si la cultura moderna aparecía cohesionada por los marcos interpretativos de los “relatos de legitimación”, juegos de lenguaje “burocráticos” capaces de explicarlo todo gracias a su poder legitimado y legitimante, la cultura postmoderna precisará, como señala Lyotard, flexibilizar sus juegos de lenguaje para responder así a la realidad de un complejo entramado social donde, aparentemente, todo es equiparable. Pero, como sostiene Hosbawn, “Una sociedad de esas características, constituida por un conjunto de individuos egocéntricos completamente desconectados entre sí y que persiguen tan sólo su propia gratificación (ya se denomine beneficio, placer o de otra forma), estuvo siempre implícita en la teoría de la economía capitalista”.
La centrifugación que llevó a cabo el último capitalismo con los principios fundantes del humanismo se relaciona con la nueva legitimación que el sistema ha encontrado para ejercer su domesticación humana: la legitimación del poder. Como dice Lyotard, “EI estado y/o la empresa abandona el relato de legitimación idealista o humanista para justificar el nuevo objetivo: en la discusión de los socios capitalistas de hoy en día, el único objetivo creíble es el poder. No se compran savants, técnicos y aparatos para saber la verdad, sino para incrementar el poder”. La imposición del canon literario se ha vuelto, en este contexto, una lucha entre instituciones poderosas, debate entre “decididores” que terminan opinando sobre la imprescindibilidad —o no- de determinadas obras literarias y su descarte o incorporación a los planes oficiales de estudio. La importancia del poder en la rápida consagración de autores mediocres no pasa tampoco inadvertida cuando el “arte literario” se ve reducido, gracias a la intervención de las editoriales, a un problema de marketing, productos destinados al minoritario —pero al mismo tiempo numeroso- mercado de lectores que todavía prefieren el entretenimiento de los libros a las otras posibilidades de la generosa industria cultural vigente.
Atomización social, crisis de los relatos y de las instituciones. Muerte del humanismo. Condición postmodema. Un astronauta deriva en el espacio buscando un rumbo para volver a su nave. Pero no hay rumbo ni brújula que sirvan. No hay propulsión ni horizonte. Sólo oscuridad, deriva, eternidad terrible antes de que la falta de oxígeno lo salve con la muerte.