martes, 20 de febrero de 2007

BORRADOR UNO: SOBRE LA POESÍA Y EL PODER

En 1997 Juan Gelman recibió el Premio Nacional de Poesía, durante una ceremonia en la que se atrevió a denunciar la continuidad de la dictadura de Videla con el gobierno menemista. En esa ocasión la secretaria de cultura, Beatriz Gutiérrez Walker, afectada por el discurso del poeta, se atrevió a retrucar con una afirmación desafortunada: "usted puede decir lo que dijo porque este gobierno se lo permite".
Michel Foucault, en una de las entrevistas que aparecen en la Microfísica del poder, sostiene que las relaciones de poder "no obedecen a la sola forma de la prohibición y del castigo, sino que son multiformes". El poder no sólo prohibe: también posibilita, produce efectos de saber y de verdad "reglamentados por la producción, la ley, la repartición, la puesta en circulación y el funcionamiento de los enunciados". El enunciado "usted puede decir lo que dijo porque este gobierno se lo permite" oculta la verdad de que el poder político, que podría silenciar a sus opositores mediante la violencia, no lo hace porque se percibe a sí mismo como un poder democrático, poder que no precisa callar al oponente, que puede permitirle que mienta, que despliegue enunciados equívocos que escapan a la posibilidad de lo real (es inevitable aquí recordar la célebre frase de Perón, "la única verdad es la realidad").
Como dice Octavio Paz en un artículo de La casa de la presencia, "el poder político es estéril, porque su esencia consiste en la dominación de los hombres, cualquiera que sea la ideología que lo enmascare (...) allí donde el poder invade todas las actividades humanas, el arte languidece o se transforma en una actividad servil y maquinal (...) El poder inmoviliza, fija en un solo gesto -grandioso, terrible o teatral y, al fin, simplemente monótono- la variedad de la vida". Por supuesto que Paz está haciendo hincapié en el poder de los gobiernos totalitarios porque, como escribe en otra parte del texto, "un arte político sólo puede nacer allí donde existe la posibilidad de expresar opiniones políticas, es decir, allí donde existe la posibilidad de hablar y de pensar". A partir de esto último podríamos preguntarnos: ¿la poesía de Juan Gelman existe porque existe la democracia? ¿A esa idea de Paz se refería la secretaria menemista, funcionaria de un gobierno donde el totalitarismo se había vuelto economicista? Pero mejor dejemos el asunto en suspenso para abocarnos a la problemática de la relación entre el poder y la poesía o, para decirlo de un modo más benjaminiano, la supervivencia de un eco religioso, entendido como mito, en la palabra poética.
En el artículo mencionado, Paz sostiene que "el poder político puede canalizar, utilizar y -en ciertos casos- impulsar una corriente artística. Jamás puede crearla. Y más: su influencia resulta, a la larga, esterilizadora. El arte se nutre siempre del lenguaje social. Ese lenguaje es, asimismo y sobre todo, una visión del mundo". Debemos inferir de lo expresado que el poder de la poesía se confunde con el poder del lenguaje. ¿En qué consiste ese poder?
Merleau-Ponty en su Fenomenología de la percepción señala que el lenguaje "es una manifestación, una revelación del ser íntimo y del vínculo psíquico que nos une al mundo y a nuestros semejantes". Pero el lenguaje revela el mundo, no es el mundo. Michel Foucault en Las palabras y las cosas se lamenta diciendo que "se ha deshecho la profunda pertenencia del lenguaje y del mundo. Se ha terminado el primado de la escritura". Más adelante intenta colocar una esperanza afirmando que "en la época moderna la literatura es lo que compensa (y lo que confirma) el funcionamiento significativo del lenguaje. A través de ella brilla de nuevo el ser del lenguaje en los límites de la cultura occidental -y en su corazón". Sin embargo, como también señala Foucault, la palabra que aparece en la literatura moderna (y por extensión en la postmoderna) es una palabra que "va a crecer sin punto de partida, sin término y sin promesa". La tarea del poeta, entonces, parece complicarse.
El discurso poético, revestido de su carácter mítico, y por lo tanto religioso, ha sido el primer dador de sentido de las sociedades humanas. El poder de la poesía, el poder de la palabra poética, ha sido, originariamente, el de fundar sociedades, instituir sociedades. Perdido ese poder originario sólo le queda al poeta el deber de ejercer un poder más limitado pero más vigoroso, en el que, sin embargo, la carga religiosa sobrevive: una poesía que abra sentidos, que indique posibilidades de mundos, alternativas para sociedades que, como las nuestras, han sido refundadas por una racionalidad occidental y moderna. Sociedades que han seguido las indicaciones dadas por Platón en el capítulo X de La República: echar a los poetas de la polis.
Y esto me sirve para retomar la anécdota del comienzo. Juan Gelman, poeta que se atrevió a nombrar el mundo, a comprometerse con la existencia dando testimonio de ese compromiso en su obra, había apelado a la sensibilidad de los que estaban presentes en aquella entrega de premios, había despertado la parte no racional del alma humana (tan criticada por Platón) había colocado en su discurso la verdad del genocidio y la perversidad de los verdugos, en un tono que recordaba el registro de la homilía. "La única verdad es la realidad" fue, en cierta forma, la respuesta del poder político, el discurso de la racionalidad y la eficacia, el deseo platónico de una república sin poetas pero esta vez al servicio de la impunidad.
"Lo político excluye lo artístico, porque lo primero tiene que ser partidista para poder conseguir algo", escribió León Tolstoi en su diario, el 21 de marzo de 1885. El poeta, en cambio, para poder ejercer el poder de la poesía no puede tomar partido por la realidad clausurada de la racionalidad occidental. Su único compromiso es con la vida, sus múltiples matices, sus variadas formas, sus distintos mundos. Tarea angustiante y dolorosa (pero también feliz) que obliga al artista a hacerse responsable del poder que habita en sus palabras.


C. J. Aldazábal