lunes, 21 de mayo de 2007

BORRADOR NUEVE: SOBRE LA POMA Y SUS POSTALES





Diez postales de La Poma


La Poma está ubicada en los Valles Calchaquíes salteños, cerca del pueblo de Cachi. Estuve por ahí en mayo de 2005.


Piedra blanca de La Poma
que me acompañe la suerte
cuando en el Puente del Diablo
venga la luna a perderme
Copla popular


1
La Cuesta del Obispo es una montaña rusa disimulada. En el cielo, los cóndores revolotean como buitres, y si los viajeros se hacen los distraídos es por el verde del paisaje, aunque las cruces de las orillas no dejan de advertir los precipicios. La recta del Tintín es un tobogán desordenado, por eso los cardones parecen ensayar para atajar a los que pasan. Si la coca no consuela, uno llega mareado y sin aliento, como si hubiera recorrido un parque de diversiones que no divierte. Sin embargo, horas después, el retorcijón se tradujo en un prodigio: ha anochecido, y por el aire de La Poma cruzan fugaces las lágrimas del cielo.


2
La Poma debería ser Cachi, porque para llegar al nevado de Cachi hay que ir por el paso del Acay, que está cerca de La Poma, y no por Cachi, que lo tiene más lejos. El Abra del Acay es altísima, y no deberían permitir que alguien con complejo de pájaro pasee por sus cornisas porque el intento de vuelo, con su correspondiente fracaso, sería inminente.


3
Doña Eulogia y don Avilio, detrás de sus majadas, parecen velocistas imparables. Para llegar de visita hay que ir bien alto, y si uno no se previene puede convertirse en gigante. En la austera casita donde viven habla una radio que suena a bailanta. Los chivos balan enojados en señal de protesta. Cuando la radio se calla, doña Eulogia entona algún desaire para los chivos, y estos balan otra vez, pero contentos.


4
La picardía es un chispazo en los ojos de Eulogia cuando escucha la zamba. Avilio niega la responsabilidad del llanto del sauce, y a dúo aclaran que las secuestradas fueron unas ovejas que estaban bajo el árbol. Los chivos confirman la hipótesis, a costa de la indiferencia de los perros. Cuando llega el momento del canto, en la voz de Eulogia no se entrevera ninguna pena y es pura risotada la copla revoltosa. Después salen para el corral, y del corral a la pastura y a sus becerros trillizos, becerros preguntones que quieren saber el paradero del señor veterinario, anunciado y prometido por obra y gracia de un canal de Buenos Aires (los tres becerros sospechan que el veterinario se perdió en el Puente del Diablo, pero como ahora todos gozan de buena salud, ninguno propone una expedición en su rescate).


5
Con nombres rotundos como Avelino, Estanislao, Salustiano o Rigoberto, La Poma se inscribe en la América Profunda. Los dueños de esos nombres son campesinos longevos, algunos centenarios, que atravesaron la historia argentina del siglo XX sin percatarse de los cambios. Siempre tuvieron una sola posesión, porque el resto, incluyendo la tierra, era de otros (todavía hoy, el pueblo tiene que pedirle permiso a un señor terrateniente para expandirse). Y esa posesión fueron sus nombres, nombres de pila supuestamente imposibles en el siglo XXI y que sin embargo desafían las modas y las manipulaciones culturales. El día que esos nombres dejen de pronunciarse, el terremoto que devastó La Poma Vieja en 1930 habrá cumplido, retardadamente, su tarea destructora.


6
Dicen que en La Poma Vieja rondan fantasmas. Pero los chivos parecen ignorarlos, porque caminan tranquilos por los caminos angostos. A veces, algunos fantasmas aparecen con títulos de propiedad, y entonces alguien que vivió toda su vida en una casa de adobe, una de las que resistieron la tragedia de 1930, tiene que afantasmarse y ponerse a deambular porque el invasor recién llegado, gracias a la orden de un juez, le quitó su casa. Ocurre en La Poma, pero también en otros lugares remotos de nuestro Continente.


7
Tamara Ayelén, de nueve años, juega entre las mesas del restaurante con Selena, su hermana más chica. A ellas se debe, seguramente, el póster de Floricienta y la imagen televisiva constante que en el ocaso se detiene en Susana Giménez y su concurso de talentos. Pero a la televisión y a las novelas de la tarde se les podría atribuir la autoría de sus nombres, nombres que se vuelven de otro planeta cuando Tamara Ayelén se pone a bagualear, a pedido de un visitante, una copla que le enseñó su abuelita.


8
Los graneros incaicos parecen un loft modernísimo. Son tan cómodos que resulta extraño que no se haya mudado a su tibieza alguna familia de pumas, por ejemplo. Debe ser que no hay ningún supermercado cerca, y eso desalienta a las inmobiliarias. Por ahora son patrimonio del municipio, lo que garantiza una memoria para la historia de la lucha que evocan esas cuevas (la resistencia de los indígenas a las imposiciones de la globalización del siglo XVI, la globalización del imperio español). Unos barrotes son los guardianes de la entrada. Pero alguien ya se hizo un pasadizo para ir a tomar mate al resguardo del viento.


9
Dicen que los chicos no pueden ir a la Biblioteca Popular de La Poma. Una mano enguantada se llevó unos tributos destinados a la CONABIP, y aunque el pobre intendente, David Choque, o el pobre Secretario de Cultura y Turismo, Gregorio Velázquez, hacen malabarismos para que las manos blancas recapaciten, las enguantadas silban bajito, se hacen las distraídas y se van con el pretexto del clima y la salud para otra parte, donde se vuelven invisibles y nadie las reta. La vocación de honestidad de los buenos gobiernos no alcanza, a veces, para enmendar los estragos de los malos. Pero están bien los esfuerzos de Gregorio, viendo cómo hace para deshacer la estatua de un sirenito que decora la plazoleta de La Poma Vieja (herencia de un ataque surrealista de la gestión anterior) y la convierte en una evocación de Manuel J. Castilla, o en un sombrero de Eulogia Tapia. Viendo cómo hace para que los chicos vuelvan a leer, porque si los chicos no leen las cosechas van a arruinarse: sin la imaginación de la lectura, origen de los brotes, ni siquiera la alfalfa se anima a florecer.


10

El Puente del Diablo podría haberle encantado a Baudelaire, autor de odas y poemas en los que evoca a Satanás y sus esbirros. Al parecer, el maligno perezoso, para no dar toda la vuelta al río, se hizo un atajo juntando un par de montañas, y sin querer, debajo de su puente, crecieron estalactitas y se armaron cuevas y maravillas, que si el Diablo se hubiera percatado hubiera querido destruir en el momento. Porque él, como los empresarios de nuestra época, abomina de la inutilidad de las pequeñas cosas hermosas. Por encima y por debajo del Puente, las piedras arman dibujos y colores, y el murmullo del río hace una sonoridad acuosa que se pierde en las grietas. Hay una copla popular de La Poma que recomienda no estar cerca del Puente cuando hay luna llena. Menos aún si se está enamorado. Entre los males que el diablo le legó a nuestro mundo (el desempleo, el neoliberalismo y la globalización, los políticos de guantes blancos, la televisión de Susana Giménez y las telenovelas, la radio de las cumbias) hay uno, dicen aquí, que sólo se manifiesta en las cornisas que rodean esos precipicios, cuando la tenue luz lunar se enseñorea. Aún no existen nombres para este mal. Su manifestación es una pena inmensa, parecida a la nostalgia, que invita amablemente a la autodestrucción. El murmullo, que durante el día parecía angelical, es el que atrae al infortunado a su desgracia. Al parecer, explican, esta sería la razón por la que en este sitio el Calchaquí, padre de toda la siembra (recitan en La Poma parafraseando a Castilla), aumenta abruptamente el caudal de sus aguas.